sábado, 28 de junio de 2008

Mi casa y mis tres teniques

De piedras y ciudades. Mi casa y mis tres teniques.

Me gustan las piedras, confieso. Desde que era un adolescente me preguntaba qué piedras eran aquellas que la gente llamaba “piedras vivas” y cuáles eran aquellas que mi abuelo llamaba “cantos blancos” o porqué se llamaba los “tres teniques” a las tres piedras medianitas que mis primas ponían en el suelo remedando el fuego con el que se hacían los potajes cocinados con fuego de leña.

Cuando voy a una ciudad, una de las cosas que me llama la atención es el tipo de piedra que se ha usado en la construcción de sus edificios. Las ciudades son –en gran medida- las piedras en las que están construidas. Y quizás, el carácter de sus habitantes esté también marcado por las materias con las que se han construido las casas y los demás edificios que forman una población. En la época que viví en los Países Bajos me llamaba la atención, tanto las interminables llanuras, como la ausencia de piedras de todo tamaño. No es que no hubiera rocas grandes o medianas, no; es que no había siquiera pequeños teniques del tamaño de una pelota de tenis. Lo más que se podía ver eran pequeños guijarros fluviales del tamaño de garbanzos por los caminos forestales. Recuerdo un pequeño bloque pétreo de poco más de un metro cúbico que habían puesto en lugar visible a la entrada de Venlo en una rotonda muy cerca de las obras del puente Sur. Tenía pinta de ser un bloque de granito desprendido de la zona de Maastricht y que la corriente del río Mosa se habría encargado de arrastrar 70 kilómetros aguas abajo hasta lo sacaron del lecho del río. A los habitantes del país sin piedras les pareció curioso y allí lo tenían, expuesto a la luz apagada y la lluvia tenue.
Las casas holandesas están casi todas construidas con ladrillo cocido. De hecho yo vivía muy cerca de Tegelen, al sur de Venlo. Tegelen viene del latín “tegula”, o sea, teja o ladrillo cocido. Desde la época de los romanos se utilizaban las arcillas de la zona para fabricar ladrillos, base de las edificaciones en un país sin piedras. A veces me digo que viví en la Tejas de Noord Limburg. En fin, la fantasía da para edificar muchos palacios verbales…

Hablando de otras fantasías y demás piedras miliares: El París monumental está construido, prácticamente todo, con bloques de arenisca blanca de la cuenca fluvial del Sena. Desde Notre Dame hasta el Louvre los edificios de la ciudad luz están construidos en su mayoría con bloques de arenisca labrados. Los edificios nobles de la capital francesa se presentan relucientes bajo el habitual cielo gris, destacando su claridad incluso en los días más oscuros del invierno, dando la razón a aquellos que denominan París como la ciudad luz..

Si uno pasea despacio por los distintos barrios de la ciudad del Sena puede distinguir todo tipo de edificaciones de distintas épocas. La mayoría presenta fachadas encaladas donde no se puede apreciar muy bien si el edificio fue levantado con bloques de areniscas, con ladrillos o con otro material. Pero, de vez en cuando, hay edificios, como el que alberga el Museo Picasso, en el Marais, donde se ha despojado al palacete de la capa de encalado original –por dentro y por fuera-, que permite ver cómo está construido con bloques de areniscas. Si uno deambula por el mismo Marais o por el Barrio Latino y se acerca lo suficiente a algunos desconchados en viejas casas, incluso se pueden ver los granos de la roca arenisca, eso sí, de bloques de menor calidad y tamaño, que se deterioran hasta dejar en el suelo algo de arena fósil.

La costumbre de despojar los edificios de la capa de encalado externa va a producir –seguramente- en esos edificios, un doble efecto: una fachada clara a corto plazo, por un lado; y una mayor exposición a la erosión a medio y largo plazo, por otro.

Otra ciudad construida con bloques de areniscas es San Sebastián. Cuando me acerqué a los acantilados que cierran la Playa de la Concha por el Oeste fui con la intención de admirar el Peine de los Vientos de Chillida y la bravura del mar Cantábrico. Estaba la marea vacía y me llamó la atención la roca multicolor donde Chillida había encastrado sus horquillas férreas: ¡eran sedimentos areniscos! La roca blanda había permitido encastrar profundamente los vástagos de anclaje de las esculturas metálicas. Los sedimentos están desplazados 90º por un plegamiento del terciario hasta casi la verticalidad. Donde las areniscas están expuestas al batir del mar y su efectos erosivos se puede apreciar una hermosa multicromía de rojos, ocres y amarillos. La isla de Santa Clara, que cierra la bahía de la Concha, reproduce los sedimentos inclinados que va erosionando lentamente el mar, impidiendo que las olas lleguen hasta la playa con toda la energía del océano.

Casi toda la costa de Guipúzcoa –supe después- está ocupada por rocas sedimentarias areniscas, cubiertas por el verdor intenso de los bosques septentrionales. San Sebastián –y la mayoría de los pueblos de Guipúzcoa- están edificados por esas rocas. La señorial Bella Easo está construida con bloques de arenisca, dándole una claridad y belleza equiparables a la de París. Recuerdo los paseos invernales entre la llovizna fría, las blancas piedras nobles y el aura triste de los habitantes de Donostia…

Las Palmas de Gran Canaria también está construida con piedras blanquecinas: el canto blanco. Basta darse una vuelta por Triana o Vegueta para comprobar como las viejas casas nobles han sido víctimas de la costumbre de quitar los encalados para exponer los sillares blanquecinos de la construcción a la vista de los clientes de los múltiples comercios que han transformado casa y palacetes con trescientos años de vida en tiendas franquiciadas.

Se mezclan los cantos blancos de esas construcciones con otros oscuros de basalto, que
forman los dinteles de esquinas, puertas y ventanas. Están las viejas casonas del Real de Las Palmas de Gran Canaria construidas con dos tipos de cantos: los oscuros, procedentes de canteras de piedras basálticas o traquibasálticas, muy duros y de complicado labrado con cinceles y martillos y los blancos, formados por cantos de puzolana, procedentes de las canteras de Barranco Seco o San Lorenzo.

Es la puzolana una arena volcánica consolidada y presente en Gran Canaria en grandes extensiones, creadas durante las erupciones volcánicas posteriores a la formación del Roque Nublo, hace unos cinco millones de años. La puzolana fue conocida desde las primeras épocas después de la Conquista como material fácil de labrar, con una consistencia parecida a los sillares de piedra arenisca usados en otras latitudes. También sabían los maestros canteros de la isla que para los cimientos y las fachadas de dinteles era aconsejable usar otras piedras de aspecto más noble y consistencia mayor: las rocas basálticas. Con ambas se construían las casas, cuidando mucho de encalar los cantos blancos para protegerlos de los elementos atmosféricos. Hoy día, parece haberse olvidado ese saber ancestral y ciertos arquitectos prefieren dejarlos a la vista, siguiendo modas ajenas.

Habría que anotar que la puzolana se usa, molida y añadida a hidrato de cal en una proporción 70 % y 30%, respectivamente para fabricar un tipo de cemento muy usado en las islas, el cemento puzolánico. Por lo que podemos afirmar que muchas de las construcciones modernas de las islas se basan, de forma indirecta, en aquello que los antiguos maestros de obra llamaron “canto blanco”, la puzolana.

Yo, mientras termino de escribir esto, disfruto de “mi casa y mis tres teniques”; ya se sabe que cómo en la casa de uno no se está en ningún sitio.

Mientras tanto preparamos el próximo viaje hacia el norte, buscando nuevas piedras sobre las que construir historias.

miércoles, 11 de junio de 2008

De cuentos, nubes y rayos verdes

Esta tarde la puesta de sol era de cuento. No quiero decir que fuese de mentira, no; quiero decir que parecía un cuento de hadas que se trazaba en el cielo mientras caía la oscuridad.
Los rayos de sol relucían trazando amarillentos senderos de luz entre la nubes algodonosas que venían desde el océano. Las nubes volaban sobre el horizonte, pareciendo un caballo alado las unas, aparentando un ogro gris las otras, algunas deshilachándose como la lana que tejiera un hada al otro lado de la montaña de Arucas, otras creando un ciclón de nombre legendario mientras el sol las teñía de blanco cerca de un horizonte cada vez más oscuro.
Mientras paseaba mi lumbago en buena compañía, se me fue la mente a los cuentos de mi madre, las nubes impulsadas por el alisio y la cabeza por las ideas que no paran de bullir.
Últimamente veo todas las puestas de sol que puedo. No sé si es una querencia, una predisposición, un atavismo, una predilección o todas ellas juntas. Ver las puestas de sol me hace recordar, evoca leyendas, inspira cuentos y me obliga a escribir.
Un atardecer de cuento como el de hoy me recordó al rayo verde: El rayo verde es un raro fenómeno óptico que se puede contemplar en circunstancias apropiadas cuando el sol se oculta bajo el horizonte, sobre todo el horizonte marino. Cuando el sol se está ocultando –justo en el momento último a punto de desaparecer- los rayos amarillentos del sol se trasforman en verdes por un fenómeno de refracción óptica.
El rayo verde –más bien una franja verde sobre el horizonte- permanece unos breves segundos visibles al ojo del observador hasta que el sol desaparece totalmente de la vista.
Julio Verne le puso ese título, el Rayo Verde, a una de sus novelas, aparecida en el año 1882. En ellas narra la búsqueda de ese raro fenómeno óptico, jugando así mismo con la leyenda que dice que dos personas que sean testigos juntos del rayo verde estarán juntas y enamoradas para siempre.
El también francés Eric Rohmer , rodó una película con ese título: el Rayo Verde en 1986, y las escenas donde se ve el mítico rayo fueron rodadas en la Playa de las Canteras.
En la misma playa mi madre fue testigo de uno de esos raros rayos verdes. Ella me había llevado a la playa cuando yo tenía cuatro o cinco años. Yo andaba correteando por la orilla del agua y ella me observaba en las últimas horas del atardecer desde la arena. Dice que se fijó en el disco solar mientras se hundía en el mar. Por unos instantes el color dorado del sol se viró a un verde único, el del rayo verde.
Yo no lo recuerdo, pero el rayo verde seguramente también me alumbró a mí ese atardecer.
Mañana saldré de nuevo a buscarlo en la mejor de las compañías.

P.D. Por si alguien quiere verlo, dense un paseo por el siguiente enlace:

http://foro.meteored.com/index.php/topic,14419.0.html

jueves, 5 de junio de 2008

De inspiraciones y otras cosas

Cuando uno busca argumentos para anotar en estos cuadernos de bitácora modernos no sabe a dónde lo llevan los hados de la palabra; o los céfiros de la inspiración. Sobre todo cuando hace días que no lo actualizo.

Andaba por las entreredes estas buscando motivos para volver a escribir una entradita sencilla, cuando recordé que esta semana, el amable cartero de la zona ha decidido ponerse al día y me ha traído todas las revistas de TIME del mes de mayo atrasadas, bien recopiladas y juntitas. Estoy suscrito a TIME desde hace más de treinta años –no me pregunten por qué que me ponen en un aprieto y todavía tengo el sótano lleno de ejemplares sueltos de varios lustros pendientes de limpieza.

Para que mi inglés no se termine de anquilosar y la losa no se cemente del todo sigo hojeando las revistas, al menos cuando el servicio de correos me las hace llegar de manera bien espaciada y tardía, (todavía recuerdo cuando me llegaba puntualmente la revista, junto con el correo, a la escuela unitaria del Tablado, traída por la cartera de Artenara todas las semanas hace más de veinte años).

Ayer me dediqué a repasarlas mientras me recupero de una lumbociática –los años y la mala vida empiezan a pasar factura, parece-. Allí encontré un artículo de un tal Joel Stein, cerrando el ejemplar donde TIME hace repaso a las 100 personas que considera más influyentes del mundo.

Joel Stein dice que todo se puede reducir a una fórmula matemática para designar a aquéllos dignos de ser designados como 1 de 100. (Seguro que si Hernández Guarch lo leyera estaría de acuerdo –todavía me acuerdo de lo que decía en Didáctica de la Matemática de Magisterio: “Hay verdades, mentiras; y estadísticas” y yo se lo devolví años más tarde en alguna Mesa Sectorial, en ocasión aparente al caso).

Pues el tal Stein, que no Einstein, dice que su ecuación debería ser:

Σ ( G + Y +4W) x N
F

Esta ecuación calcularía la influencia de una persona calculando sus entradas en Google, añadiendo sus videos en YouTube, más los enlaces de Wikipedia, multiplicados por 4. Estos elementos deben estar ponderados por dos constantes: N, que representa el índice de novedad, multiplicativo en sí mismo y F, que representa el índice de frivolidad del personaje, claramente divisor.

Independientemente de que la elección de los parámetros sea más o menos afortunada, el señor Stein ha introducido con humor y cierto sentido la reflexión de poner orden al caos de no saber quién es influyente y por qué o, a lo mejor, uno terminaría de entender algunas apariciones fugaces como las del Chikilicuatre o las famas efímeras de programas tomateros y actrices conflictivas; por no hablar de políticos en el candelero o de cualquiera que se llame “influyente”.
En fin, le he dedicado un par de minutillos al tema y me parece que supone “food for thought”; o sea, alimento para el cuaderno de bitácora. ¿Alguna opinión?

miércoles, 21 de mayo de 2008

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "ELCABOZO VOLADOR" DE JOAQUÍN NIETO REGUERA

Ayer tuve el honor de presentar el nuevo libro de Joaquín Nieto. Les incluyo el texto. El cabozo volador y los viajes de iniciación.



Conozco a Joaquín Nieto Reguera desde hace mucho tiempo ( www.joaquinnieto.es ), Lo conozco antes de que a mí me creciera barba y él se cortara la barba y los pelos largos que lo convertían –casi- en la imagen rediviva de Sandokán mientras andaba por los mares del sur de la Gran Canaria a finales de los años setenta. Yo era un adolescente que estaba estudiando Magisterio y Joaquín ya ejercía el suyo por el municipio de Mogán.

Me parece recordarlo, con el pelo negro azabache que le caía hasta los hombros, barba de aquel que pasa mucho tiempo al aire libre. Era Joaquín un joven inquieto que se apasionaba por las cosas que emprendía: primero su familia, su mujer y sus hijos, luego el magisterio, siempre el magisterio; sin olvidarse de los amigos, amigos de todas clases y condición –lo he visto, por ejemplo, jugar al fútbol con la mayoría de los jugadores de la Unión Deportiva de aquella época, los Brindisi, Morete, Carnevalli, he sido testigo, entre otras “aventuras”, de expediciones de pesca con los marineros de Arguineguín, de tertulias con turistas italianos o suecos, de…

En fin: permítanme que sea discreto y no revele mucho más en este acto de aquella época.

Desde entonces he tenido el honor y el placer de ser amigo de Joaquín. Ha llovido mucho por los barrancos del Oeste de la Isla y tras más de treinta años nuestros caminos han tenido paralelos y confluencias. Nos hemos alejado geográficamente por esos giros que tiene la vida, pero nunca hemos abandonado nuestra amistad, a la que le bastaba un saludo o un café apresurado, después de años, para volver a revivir.

Este de hoy es una maravillosa confluencia. Joaquín me honra con el privilegio de que sea yo quien presente su libro “El cabozo volador”. Lo leí con el triple placer de ser escritor, maestro y amigo, de considerarme compañero de viaje en esta nave sideral que es el planeta, de considerarme marinero del mismo barco donde Joaquín también navega, de ser honrado por que me eligiera para presentarle este libro.

Este curso escolar he vuelto al aula después casi diez años de vida sindical y me he reencontrado con el maestro que nunca dejé de ser. Mis alumnos de La Solana de San Mateo me han devuelto el sentido del magisterio, el sentido del enseñante, el sentido de la vida.

Entre los libros que han estado leyendo los niños de las escuelas unitarias o rurales de Santa Brígida y San Mateo, se encuentra un libro previo a éste, (“Cleo, el caracol aventurero”) . Los niños lo han leído con gusto y alegría. Estuvo Joaquín hace un par de semanas en La Solana para que los niños lo conocieran. Para ellos conocer a un escritor de carne y hueso fue muy especial.

Quiero reflejar en esta presentación de “El cabozo volador”, la suerte que tenemos ahora mismo en Canarias de contar con la editorial Anroart, que dirige nuestro común amigo, Jorge Liria. Anroart www.anroart.com está permitiendo a muchos autores la posibilidad de sacar a la luz sus trabajos.

La literatura infantil y juvenil es la “cantera” (que dirían los futboleros) de los lectores adultos del mañana. Jorge lo sabe y está apostando seriamente por los escritores canarios. Esta inversión en futuro demuestra el carácter de la política editorial de Anroart. Estoy convencido de que el tiempo le dará razón por invertir en los jóvenes lectores.

Cuando leí “El cabozo volador” en voz alta, como mandan los cánones del buen narrador de historias, la idea de un viaje de iniciación, de un viaje de ida y vuelta para buscar algo y acabar encontrándose a uno mismo, del viaje a Troya y del no menos importante viaje de regreso a Ítaca, del imposible viaje de regreso a Ixtlán, del viaje para encontrase a uno mismo.

Leámos a
Konstantínos Kaváfis.
ÍTACA.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.


Nos sitúa Joaquín Nieto en la barra de la Playa de las Canteras, donde un cabocito chico quiere aprender a volar ¡oh, locura sin tino! En un pez destinado a vivir para siempre dentro de los charquitos de la marea vacía.

Emprende el cabozo su viaje más allá de la barra, lejos de su familia, lejos de su charquito, para encontrase con animales extraños, quizás peligrosos, incluso unos seres humanos que se entretienen en pescar animalitos en los charcos, para buscar quien le pueda enseñar los secretos del vuelo: Estos deben ser los peces voladores.

Cuando llega el aventurero cabozo, después muchas peripecias, llega a las altas mares, donde los peces voladores moran, se encuentra -¡oh, paradoja! Con un pez volador lento, un pez volador que no quiere ser pez volador. Este otro ser atormentado por no ser lo que le gustaría ser (aquí habría quizás que buscarle una historia propia) acaba desengañando al cabocito, que comprueba que no está concebido para el vuelo a ras de agua, emprendiendo su particular regreso a Ítaca.

Cuando el cabozo llega de vuelta a las calmadas aguas de la playa desde donde partió se encuentra con una gaviota que lo captura y…
Uno debe callarse el final y dejar que el lector lo descubra. Estoy seguro que los lectores infantiles van a disfrutar del viaje de “El cabozo volador” y alguno se acordará de él –quizás- cuando años más tarde se atreva con la Iliada o la Odisea.

¡Ójalá sea así!

Las Palmas de Gran Canaria

20 de mayo de 2008

sábado, 17 de mayo de 2008

ENTRE LINEAS Y LETRAS

INICIO DE SINGLADURA
CUADERNO DE BITÁCORA

Para iniciar este cuardeno de bitácora incluyo copia del texto que escribí (y después conté de otra manera, como un narrador de historias debe) el día de la presentación en sociedad del libro "El anillo del pulpo" (Gracias a Jorge Liria de www.anroart.com ) en el Gabinete Literario de Las Palmas de Gran Canaria.



DE GLOSARIOS Y CORSARIOS, DE LIBROS Y DE UTOPÍAS.

“El anillo del pulpo” es un libro de aventuras que alguna vez quise presentar a un concurso de literatura juvenil. Esto no quiere decir que esté exclusivamente destinado a ese público Los libros más leídos de la literatura universal han sido catalogados como “juveniles” por la costumbre del siglo XX de reducirlos y ofrecerlos en ediciones abreviadas para las lecturas escolares. Cualquiera de los asistentes a este acto recordará con agrado aquellos libros leídos en la infancia y la juventud: Julio Verne, Alejandro Dumas, Hermann Melville, William Dafoe y otros, han hecho inmortales a muchos caracteres y arquetipos que todos reconocemos. Pero ninguno de sus autores hubiese estigmatizados sus creaciones como “literatura juvenil”.

Este libro que hoy les presento, además, tiene una historia aventurera y azarosa como los caracteres que la pueblan. Fue escrito y publicado hace más de una década; pero nunca llegó a distribuirse en su ámbito natural: en Canarias. Se convirtió en un libro fantasma: escrito y editado, perdido y vuelto a encontrar; pero nunca distribuido al público.

Después de una década, mi amigo Jorge Liria ha conseguido convencerme para volverla a la vida, rehabilitando al pirata Van Venlo, y ofrecerla a los lectores de Canarias. Llega de nuevo a la luz en un tiempo donde lo que la novela describe se ha hecho realidad, superada, corregida y aumentada, a lo ancho y largo de nuestra geografía. La destrucción de la costa se ha extremado en estos pasados años, la especulación gobierna en Canarias, los valores tradicionales desaparecen con las influencias externas y el materialismo erosiona paisajes y personas.

El origen de este libro se remonta a muchos más años de los que mi memoria quisiera recordar, cuando vi desde el mar, montado en la proa de un artesanal de Arguineguín, como volaron los acantilados de Mogán para rellenar lo que hoy es el puerto que algunos vendieron como pesquero. La explosión me quebró en mil pedazos que no creo haber rehecho. E, incluso hoy, me sigo estremeciendo cada vez que entro en la cuenca de Mogán. La nube explosiva del aquel medio día terrible permaneció en el aire durante un tiempo que me pareció interminable. Cuando se disipó vi como los acantilados mostraban una cicatriz de doscientos metros de largo, descarnando el basalto, con muchas toneladas de material sobre el veril.

Aunque a veces he querido olvidarlo, corría el mes de agosto del año 1982 y tenía veinte quilos menos, mucho más pelo, más atrevimiento más ilusión, sobre todo, la esperanza de que el mundo podría ser mejorado; cambiado desde la escuela, la educación y la cultura. Por eso me hice maestro. La voladura de los acantilados de Mogán, créanme, quebró algo más que muchas toneladas de la serie basal. Esa voladura se llevó por delante mi inocencia.

En junio, dos meses antes de la voladura de los negros riscos de basalto, había estado con otros dos entusiastas amigos buscando la “Cueva del Rey”, con el manual de don Víctor Grau-Bassas i Mas, “Viajes de Exploración a Diversos Sitios y Localidades de la Gran Canaria”, bajo el brazo, buscando el estrecho paso que nos llevaría a la Cueva. Éramos tres jóvenes que apenas alcanzábamos la veintena, pero estábamos en forma y curtidos por múltiples pateadas buscando yacimientos arqueológicos, playas fósiles o insectos extraños a lo largo y ancho de la Gran Canaria.

Jesús Cantero Sarmiento –sabedor del destino de los acantilados- nos había hablado del texto de Grau Bassas y nos animamos a buscar el Paso del Rey, después de leer el libro.

Cuenta el explorador catalán como un pastor de Mogán le había llevado en siglo XIX hasta la cueva colgada sobre el acantilado, diciéndole que el rey de la isla debía mostrar su valor llegando hasta la cueva por una estrecha vereda, de un pie de ancho, caminando unos trescientos metros pegado al risco y a más de 50 metros sobre el mar para recoger un gánigo de barro. Esa era la prueba que debían superar los reyes de la Gran Canaria para mostrar su valor.

Una mañana de Junio de 1982, Javier Gil, Paquito Peinado y yo buscamos el “Paso de Rey” bajo un torreón aborigen situado encima de las casas del Puerto de Mogán. La línea de voladura se encontraba algunos cientos de metros más hacia el oeste. Los operarios llevaban algunas semanas perforando barrenos al borde de los acantilados y algunos de sus vehículos estaban como vigías cerca del mismo. Había muchas veredas de cabra que zigzagueaban por la ladera. Después de un rato dimos con un camino estrecho que se perdía en la pared del acantilado en dirección al oeste. Nos pareció el más adecuado conforme a la descripción del libro.

Había cagarrutas de cabra y parecía ser transitable. Caminamos uno tras otro con inconsciencia y cierto cuidado mientras nos adentrábamos en la vereda. Al principio el camino permitía un paso cómodo por una senda de medio metro de ancho. Según se adentraba en el acantilado sobre el mar se estrechaba por momentos.

Estábamos en el tercio superior de los acantilados de basalto y ya habíamos avanzado unos cien metros desde el inicio de la vereda. Veíamos el mar a nuestros pies, rompiendo con suavidad contra base de los paredones de basalto, formando un veril cubierto de aguas verdosas. El sendero mostraba algunas cuevas de pardelas excavadas en el risco y con cada metro que avanzábamos se estrechaba cada vez más. No había viento y el sol caía directamente sobre nosotros. La vista estaba limitada por la típica formación columnar del basalto, no pudiendo columbrar mucho más allá de un par de metros. Empezamos a preocuparnos porque no llevábamos material de escalada que nos permitiera asegurarnos en caso de perder pie. Cuando estábamos empezando a dudar de nuestra cordura y de la oportunidad de haber emprendido el “Paso del Rey” sin medidas de seguridad, nos encontramos que el camino desaparecía tras un recodo.

Un poco más allá no había nada sino una fuga directa hasta el mar que lamía el pie del acantilado. Un derrumbe había hecho caer el “Paso del Rey”. No pudimos salvar el espacio y retrocedimos lentamente con la frustración, no sólo por no haber podido alcanzar la cueva donde el rey de la Gran Canaria debía probar su valor, sino a sabiendas de que todo aquello que pisábamos iba a desaparecer para siempre unas semanas más tarde.

Sin haber podido encontrar argumentos para evitar la destrucción de los acantilados, la voladura fue inevitable. En cinco minutos cayeron toneladas de roca, arrastrando la Cueva y el Paso del Rey de la Gran Canaria. La nube que rodeó los acantilados nunca se ha disipado del todo de mi vista. Procuro evitar el Puerto de Mogán en mis recorridos por la isla. A veces he dirigido una mirada furtiva desde lo alto de la Cañada de los Gatos en dirección al torreón aborigen que sobrevive entre antenas de televisión y telefonía móvil mirando un puerto que algunos llaman la Venecia Canaria. Yo lo llamaría de otra manera, pero me lo callo.

“El anillo del pulpo” recoge muchas vistas de la costa moganera antes de la caída de los acantilados, ciertos caracteres de personas que alguna vez conocí, algunas visiones submarinas de Fuerteventura , donde me fui algo más tarde y el mar por doquiera; el mar en el recuerdo del exilio. La luz transparente de Canarias en la memoria del invierno de Europa.

Todo ello se encuentra en el manuscrito, fundido con la preocupación creciente por el futuro del territorio, la perplejidad por la política a porcentaje, la irritación por la destrucción de valores en personas y paisajes. El anillo del pulpo es un libro naïve, lo reconozco. Tiene la inocencia de la juventud perdida. Tiene un final feliz; pero es un final donde los seres humanos ya no intervienen. Sólo la naturaleza: una tormenta, un maremoto y la erupción de un volcán, la explosión del volcán que yo llamé Van Venlo en honor a la ciudad limburguesa que fue mi hogar durante seis años, es quien pone fin a la desesperada lucha de quienes defienden el medio frente a los especuladores. Sólo la naturaleza le pone coto a los especuladores en mi libro.

He vivido lo suficiente para darme cuenta del ritmo de degradación del territorio. Cada año que pasa estas islas atlánticas donde vivimos se ven mordidas en su originalidad paisajística. La costa está sepultada y perdida en gran medida, el mar muestra crecientes señales de esterilidad, el asfalto y el cemento zigzaguean por doquier en dirección al último rincón de cada isla. Los recursos hídricos fósiles – a pesar de la bondad del pasado invierno- están esquilmados. Y además seguimos vertiendo al mar el agua que usamos. En suma, el suicidio ecológico programado.

El debate de la nacionalidad canaria, celebrado esta semana, no menciona prácticamente la situación del medio ambiente en Canarias. La mayoría de los políticos eluden referencias o pronunciamientos a temas claves sobre extracciones petrolíferas en nuestras aguas próximas o maniobras militares que matan a los cetáceos. Las moratorias turísticas aceleran la construcción como cruel paradoja de las leyes al servicio de los negocios y no al servicio de los ciudadanos. Las energías alternativas sólo sirven para que las concesiones se las lleven los amigos que crean empresas ad hoc. La lista es inacable.

Nadie quiere ver que nos estamos devorando a nosotros mismos. Estamos hipotecando nuestro territorio, dando mordidas a nuestros barrancos – (tenemos los mejores skylines del hemisferio, Cada ladera de nuestros barrancos forman líneas del cielo, horizontes únicos, maravillosos en las tonalidades de la primavera canaria, cubiertos de tabaibas y cardones), Estamos sepultando la costa. Ya no quedan los barrancos que yo anduve en mis soledades juveniles: Mogán no existe más allá de Lomo Quiebre. El Medio Almud no sirve para medir granos. Taurito está lleno de agujeros de golf y urbanizaciones, Amadores está pintado de blanco granuloso, Mejor no sigo. Todavía queda Veneguera amenazada por los amigos de algún político que ha pasado por casi todos los partidos y todas las piedras, buscando indemnizaciones multimillonarias…

En fin, no quiero cansarles, me está saliendo un discurso pesimista que no quería; solo presento un libro de literatura juvenil, casi pasado de moda, muy naïve, de final feliz Esperemos que nuestras islas no pasen de moda también. Que nos demos cuenta y reaccionemos a tiempo. Vivimos en un territorio finito que no soporta nada más que un número finito de personas con sus infraestructuras correspondientes. La época de los negocios desarrollistas y especulativos tiene que concluir ya y ser substituidos por políticas de modelos conservacionistas y de desarrollo sostenible.

Este es el debate crucial: el de nuestra supervivencia armónica con el medio. No podemos esperar que unas erupciones volcánicas nos solventen los dilemas. Debemos, todos, tomar conciencia de la gravedad del problema y crear las condiciones sociales y políticas necesarias para que los próximos debates sobre la nacionalidad canaria incluyan la protección integral de nuestras islas.

Cuando decidimos volver a editar el libro que hoy les presento, alguien opinó que el libro tenía muchos términos “raros” y me aconsejó que hiciera un glosario para aclarar a los lectores de esta supuesta novela juvenil lo que significaban palabras como nasa, apnea o farallón. Estuve un par de días dándole vueltas al asunto e, incluso, me puse a escribirlos.

Después de un par de páginas de glosarios y de corsarios me di cuenta que este libro es algo más que una novela para adolescentes; este es un libro para aquellos que todavía no han olvidado la juventud, aquellos que creen y luchan por ideales que otros dieron por perdidos. Este libro va dedicado a aquellos que creen en un mundo mejor y en las utopías. Aquellos que se arriesgan cada día a buscar los “pasos del rey” ocultos en la brega diaria. Y esos no necesitan de glosarios, esos saben leer entre líneas, averiguar lo que dicen las palabras y lo que callan los silencios. A ellos dedico este libro.


Gracias por escuchar esta presentación.



Antonio Cabrera Cruz


Las Palmas de Gran Canaria, 31 de marzo de 2005